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Nuestra Historia

Decopet no empezó con mucha ambición, la verdad. No hubo epifanías, ni un “yo nací para esto”. Era más bien un plan B, mientras resolvía otras cosas de mi vida. Algo que, si salía mal, tampoco iba a ser una tragedia, total tenía otro trabajo. Fue más un “y si hago esto y veo si alguien lo compra?”. Así que empecé a vender casas para perros.

Arrancamos en pandemia, claramente el mejor momento para comenzar un negocio sin plata, sin contactos y sin tener la menor idea de nada. Mientras el mundo se dividía entre lives de meditación y recetas de banana bread, nosotros empezamos a cortar madera para ver qué salía. Y lo que salió fue esto.

Grandes planes, cero. Ambición desmedida, menos todavía. Solo queríamos hacer algo bonito y útil, pero sin caer en la trampa de la pretensión. La idea no era crear un producto que pareciera que solo le pegaron una etiqueta y ya. Pero no era tan fácil como sonaba. Para eso hay que ponerle intención, autenticidad y mucha más creatividad de la que uno cree tener.

Después vinieron los comedores, las rampas, el porche... y ahí entendí que hacer productos decentes no era tan complicado. Lo complicado era todo lo demás: producir, entregar, no morir en la logística. Y sin darme cuenta, todo empezó a tomar forma, y yo terminé metida de lleno en esto, con un equipo de trabajo detrás.

Mi gran fantasía era llegar a clases y decir: “me van a tener que disculpar, pero voy a tener que dejar la universidad, creo que la pegué”. Como si me estuviera yendo a Silicon Valley. Pero no, no pasó así. Me gradué igual. Y mientras tanto, tenía que explicarle a los papás de mis amigas que sí, estaba vendiendo comedores para perros. Que no, no era una broma. Y que, por alguna razón, funcionaba.

No hubo inversores misteriosos, ni incubadoras, ni presentaciones con un "permítenme darles contexto". Empecé con lo que tenía y, sinceramente, las cosas comenzaron a salir bien casi por accidente. Cuando emprendes en Venezuela y tienes la "suerte" de que la cosa sale bien, te encuentras con ese dilema raro:  la comodidad de quedarte con lo que ya lograste, o el vértigo de seguir creciendo en un lugar donde no hay muchas garantías. 

Hoy tenemos casi 50 mil seguidores, 7 mil clientes registrados, y seguimos trabajando con una mezcla perfecta de cansancio crónico y terquedad optimista. Porque al final, me di cuenta de que a veces no tener un plan es el mejor plan.

Hacer las cosas con intención, aunque al principio no parezcan grandes, tiene una forma muy particular de crecer.